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Órgano asesor y consultivo del Estado en materia de salud pública desde 1935 (Ley 67 de 1935 y Ley 23 de 1981).

Investigadores entrevistados por la revista científica Nature muestran sus preocupaciones ante la posibilidad de que las vacunas contra el Covid-19 no sean tan efectivas en las personas obesas, una población que hace parte de los grupos con más riesgo ante la enfermedad.

Además de la edad avanzada y las enfermedades que comprometen el sistema inmunológico, la obesidad también ha sido identificada desde hace un tiempo como un factor de riesgo para quienes contraen COVID-19.

Para los expertos, las personas obesas -que, según la Organización Mundial de la Salud, son alrededor del 13% de los adultos del mundo- ya vienen con problemas de respiración. Como el COVID-19 es una enfermedad respiratoria, ese elemento pone en desventaja al paciente contagiado.  Las personas obesas “ya tienen niveles de oxígeno más bajos, están predispuestas a la disfunción pulmonar y tienen una función torácica disminuida debido al peso en el pecho. Y muchos tienen apnea del sueño. Entonces ya están en riesgo pulmonar “, aseguraba hace unos meses en Science News Samuel Klein, gastroenterólogo y director del Centro de Nutrición Humana de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington en St. Louis.

La epidemióloga Lin Xu, de la Universidad Sun Yat-Sen en Gangzhou (China), a principios del brote en ese país, obtuvo hallazgos que iban sobre la misma línea. Notó que existía un patrón en los modelos: el Índice de Masa Corporal (IMC), que “siempre se asocia positivamente con la gravedad del Covid-19”, le dijo a Nature. Numerosos estudios alrededor del mundo, que se han hecho posteriormente, respaldan la hipótesis de que las personas obesas tienen más probabilidades de morir por COVID-19 que las personas con un peso normal. ¿Las razones?

La revista Nature señala algunas. Por un lado, las personas con un IMC más alto son más difíciles de cuidar. “Puede ser un desafío colocar un tubo en sus vías respiratorias al conectarlos a un ventilador, por ejemplo. También pueden tener una capacidad pulmonar reducida”, aseguran.

Además, hay unas razones moleculares menos evidentes a simple vista: la diabetes, que es frecuente en personas con IMC altos, podría exacerbar los efectos metabólicos de la infección por coronavirus. Asimismo, indican, el tejido adiposo expresa niveles relativamente altos del receptor ACE2 (ese que el SARS-CoV-2 usa para ingresar a las células). Al respecto, Gianluca Iacobellis, endocrinólogo de la Universidad de Miami asegura que “el tejido adiposo parece funcionar como un reservorio del virus”.

También, aseguran, hay evidencia preliminar de que las infecciones por SARS-CoV-2 persisten durante cerca de cinco días más en las personas obesas que en las delgadas, lo que podría ser muestra de que las personas obesas “tienen problemas para eliminar la infección. Pueden tener problemas para montar defensas virales normales”, señala el endocrinólogo Daniel Drucker del Hospital Mount Sinai en Toronto (Canadá).

Pero a todas estas dificultades se les suma una nueva que ha venido de la mano con los ensayos que se están haciendo alrededor del mundo con vacunas candidatas: que cuando se encuentre una vacuna contra el nuevo coronavirus, esta no sea tan efectiva en las personas con problemas de obesidad, uno de los grupos en riesgo que más la necesita.

Eso ha sucedido, por ejemplo, con algunas vacunas previas, como la de la influenza, la hepatitis B y la rabia, cuya eficiencia parece ser disminuida en personas con obesidad, pues han mostrado respuestas reducidas en las personas obesas en comparación con las delgadas. Aunque no es una certeza que esto pueda suceder con la posible vacuna contra el coronavirus, y los investigadores aún no están seguros de si la obesidad afectará o no la eficacia de la vacuna (aunque puede haber formas de contrarrestar los problemas si surgen), a los científicos les preocupa que los ensayos clínicos no estén bien diseñados para captar estos problemas rápidamente. Por eso, sus señales de alerta son para que esta posibilidad sea tenida en cuenta desde ahora, que hay tres candidatas principales que se encuentran desarrollando grandes ensayos clínicos actualmente.  “Esto podría ofrecer una oportunidad para evaluar qué también funcionan, no solo en la población en general, sino en las personas obesas en particular”, dice a Nature Barry Popkin, de la Universidad de Carolina del Norte.

Sin embargo, los expertos entrevistados se muestran preocupados por la poca atención que sienten que ha recibido este tema. “No está claro si, o cuándo, los estudios tendrán suficiente poder para discernir una diferencia entre individuos obesos y delgados”, dice Popkin. “Podría depender de qué tan bien los patrocinadores del ensayo recluten a personas de grupos minoritarios subrepresentados que se han visto muy afectados por la pandemia y experimentan altas tasas de obesidad”, insiste el vacunólgo Gregory Poland de la Mayo Clinic.

Para él, las empresas farmacéuticas deberían organizar sus datos teniendo en cuenta el IMC, y aunque les ha instado a hacerlo, le preocupa que no se corra la voz. “No me sorprenderá si los niveles de anticuerpos son más bajos y no duran tanto en personas obesas o con sobrepeso. No será una sorpresa para algunos de nosotros, pero será un shock para el resto”, dice.

Para Melinda Beck, quien se dedica a estudiar la relación entre la nutrición y las respuestas inmunes en la Universidad de Carolina del Norte, es importante prestarle atención a la respuesta de los anticuerpos, porque incluso aunque parezcan robustas, podrían ser engañosas. Sus estudios han evidenciado que aún cuando las personas obesas tienen niveles iniciales normales de anticuerpos en respuesta a las vacunas contra la gripe, por ejemplo, tienen el doble de probabilidades de contraer la enfermedad que las personas delgadas vacunadas. Sin que esto quiera decir que la vacunación no ofrece ningún beneficio a las personas obesas, señala.

También habría que tener en cuenta factores como la grasa visceral, que se acumula alrededor de los órganos y que está más estrechamente asociada con enfermedades como la diabetes y la presión arterial alta.

En adelante, serán los estudios clínicos los que vayan labrando el camino. Sin embargo, los investigadores hacen énfasis en la necesidad de que los gobiernos, los sistemas de salud y las farmacéuticas tengan en cuenta los problemas de obesidad en sus países.

TOMADO DE: Elespectador.com